Blogacción por el ambiente
Plagado de tecnicismos y cuestiones inalcanzables, el tema del ambiente también atraviesa lo cotidiano, la sencillez de las pequeñas tácticas, la cercanía de las micro-conciencias. Además de la conciencia nueva de protección de la diversidad de la vida, hay una economía ambiental que puede abrevar en tradiones otras. Elegí este breve relato de una escena que se desarrolló en la comunidad mapuche de Chiuquilihuín hace ya unos 30 años.
"–¿Se queda a comer? –preguntó don Adolfo con tono imperativo. Cómo negarse; sería desprecio.
Doña Ana tomó una sartén, le puso aceite un poco rancio, y cortó rodajas de papa, de cebolla, de tomate, de zanahoria. Fue cocinando todo junto y le agregó cilantro, infaltable en las comidas mapuches. Y encima, a caballo, le puso unos huevos fritos. Comimos con la sartén en el centro de la mesa. Tomamos abundante muday, que es una chicha de piñón (el fruto del pehuén o araucaria), a pesar de ser el mediodía. Recién después don Adolfo trajo los papeles.
Eran unos papeles muy viejos y amarillentos, ajados, de finales del siglo XIX, firmados por un general inmediatamente posterior a la “Conquista del desierto” del general Roca.
–Yo soy el propietario de estas tierras –aseguraba, con cierta soberbia –Por eso mi abuelo fue el lonco; cosa que no quieren aceptar ni Ramón Huala (el cacique, por ese entonces), ni los Quilaleo, ni los Pereyra. Aunque Pereyra era primo mío, y tiene algún derecho. Pero, por estos papeles, también yo debería ser el lonco ahora.
Los papeles, efectivamente, decían que uno de sus descendientes era el propietario de esa zona, que le había sido cedida por los ganadores de la Conquista. Pero los otros pobladores no sólo negaban esa posibilidad, sino que además lo rechazaban –incluso, él hacía su propio Nguillatún separado de toda la comunidad-; entre otras cosas, era resistido porque tenía dos mujeres.
Días antes de mi visita a la casa de Adolfo Marín, veníamos una tarde caminando con mi peñi Luis Quilaleo por el camino central de la comunidad. Por el calor, paramos a la sombra de un manzano. Hicimos silencio, hasta que en un momento Luis comenzó a contarme el valor de ese manzano.
–A este manzano lo puso El Chen Chao El Che Ñuqué –me dijo, sabiendo que yo entendía que se estaba refiriendo a dios, de dos rostros: de varón y de mujer. –Aunque está en el terreno de don Adolfo, los frutos no son de él sino que le pertenecen a todos. Estas manzanas son de todos, pero sobre todo de los cuñi fall –los más pobres entre los pobres.
Me iba quedando clara la idea mapuche sobre la propiedad, hasta que Luis prosiguió:
–Pero, además, tampoco la sombra del manzano le pertenece a nadie; le pertenece al que la necesite cuando el sol está más fuerte o cuando tenga que descansar –afirmó, con cierta emoción en sus palabras. –Nosotros no cambiamos nuestras creencias por unos papeles de unos generales de la Conquista. Esta tierra es de todos, de los que la necesiten, aunque no tuviéramos ningún papel. Así lo creemos."
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