Un remoto paraje en el corazón
Hay un paisaje que insiste habitar mi memoria, y que está hecho de montañas bajas, quebradas insignificantes y algunos grupos de araucarias emergiendo de entre las rocas. Chiuquilihuín es una agrupación mapuche distante a cuarenta kilómetros de Junín de los Andes, a la derecha del camino hacia Paso Tromen, cruzando el río Malleo.
Dejé al Pampa más allá de la lomada pronunciada donde vivían los Lemunao. Como una despedida, me quedé mirándolo desde lejos, siguiendo su galope libre y su crin dorada, acompañando esas patas un poco chuecas. Al Pampa me lo había regalado Luis Quilaleo un verano; quedó allí cuando decidí volverme a La Plata. Bajé hasta el montecito donde estaba el rancho de Carlos Quilaleo –el hermano mayor de Luis, unos quince años mayor que yo- y su mujer, Orfelina, rodeado por un cerco de grosellas y, más cerca del arroyo, por un ínfimo bosquecito de manzanos. Era la tardecita de un día de febrero de 1982 y el sol se había escondido un poco más al norte del Lanín; había cierta luz tenue, pero segura, de cualquier crepúsculo de verano.
Cuando Carlos se enojaba o se emocionaba se le hinchaban los ojos, y en especial una venita debajo del ojo izquierdo, como que ambos sentimientos tuvieran alguna extraña familiaridad. Pero esta vez, noté en él una mueca cálida y lágrimas en sus ojos. Quiso que nos apartáramos de la casa; apoyó su mano izquierda en mi hombro y, mientras caminábamos hacia el pequeño corral de las chivas, un poco más arriba del establo derruido, donde muchas noches yo había dormido sobre algunas parvas, me dijo con rigidez:
-Quiero que te quedes…
Enmudecido, no supe qué responderle que ya no supiera. Le había comentado durante días, de a poco, los motivos de mi regreso a La Plata.
-Tengo estas chivas, peñí –continuó, señalándome los animales del corral- y tengo algunas ovejas. Somos pobres, tal vez de los más pobres, cuñi fall, pero podés disponer de todos estos animales si necesitás dinero para quedarte. Mi casa es tu casa; en este rancho la familia estará incompleta y con tristeza si vos te vas. Todos necesitamos que te quedes. Te pido que no te vayas. Quiero que te quedes, mi piuqué lo comprende así.
Chiuquilihuín es un paraje claro y definido, pero de repente se me hizo borroso; había una especie de neblina o una polvareda que ganó mi mirada. Era demasiado escuchar que me dijera con severa emoción que así lo comprendía su corazón, y me atravesó esta incertidumbre que no me ha dejado gozar plenamente de los atardeceres, esta gratitud que me impele a vivir.
Entonces, sin embargo, me fui; pero me habré quedado.
2 Comments:
Holis!
Tenia mucho que no estaba por aca... Saludos..
También hacía mucho que no estaba por acá...
espero estar más seguido
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