Un año nuevo
A veces pienso que es una maravilla que un día como otros sea en el almanaque 31 de diciembre; y un día más, 1º de enero.
Cuántas cosas condensa... cuántos nombres, cuántos rostros entrañables, constelaciones de sueños y deseos.
Tal vez vale la pena por esa sola sensación de un día donde se vuelve del todo posible el futuro, la felicidad, la paz, el amor, los proyectos.
Y esa sea una energía imprescindible, de ese tipo de energías que sería inhumano no compartir.
Acaso una fuerza inusitada que vence, por fin, los fracasos, la enorme demencia de las guerras, las angustias, la violencia de las palabras, los dolores del alma y el cuerpo o los gestos de indiferencia.
Una energía que, aventando los fantasmas y los miedos, nos hace rozarnos, brindar, abrazarnos, reirnos, bailar, sentirnos cuerpo con cuerpo...
Nos hace habitar, aunque sea por un instante, en el deseo, como un quásar de vida y plenitud.
Y en cada recodo de ese camino cotidiano, ojalá, nos sorprenderá un momento feliz.
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