Fui rana por una noche
Todas las noches, para cerrar las Jornadas de Medellín, los estudiantes dijeron sus ponencias pero con otras narrativas. La presentación de la primera noche fue como una extensión de mi conferencia: mostraron la ciudad y sus espacios; mostraron rostros con un juego imprescindible entre fotografías que circulaban por el recinto, danzas que hacían hablar cuerpos y la compañía de una música rítmica al estilo DJ’s. En la tercera noche fue una presentación de música y bailes del país, como la cumbia, el joropo y otras danzas. El vestuario exuberante y la emoción de la gente fue imperdible.
En la segunda noche la propuesta era hacer un juego donde los cuerpos se liberaban de la escolarización y sus ataduras. Luego de un joven que danzaba y hacía piruetas de toda especie, los “pelados” (los chicos) pidieron cinco voluntarios para hacer un juego. El auditorio estaba repleto y desde el escenario pidieron que subiera el profesor argentino. Inmediatamente fui y, como a los otros voluntarios, nos taparon los ojos y nos guiaron por un juego que combinaba sensaciones táctiles, gustativas, auditivas. Nos llevaban atados con sogas por todo el escenario y nos daban dulces a la vez que nos untaban los brazos, la nuca y el rostro con aceites. A mí me gusta entregarme a esas cosas y sentí todo con seguridad. Luego nos hicieron bajar y, en fila, nos volvieron a subir para hacernos masajes y quitarnos las vendas.
Nos dieron unos papelitos y nos dijeron que tendríamos que concentrarnos para representar el animal que nos había tocado en suerte. A mí me tocó la rana, y enseguida, con ganas, empecé a saltar y croar por el escenario, hasta el agotamiento. El público reía al verme y me pareció, como siempre, que el ridículo es esa forma extraña de la confianza súbita para liberarse.
Sin embargo, hasta el día de hoy la rana de esa noche deja fuertes dolores en mis muslos.
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