El taller
El Instituto de Villa Urbana (en Villa Fiorito) está a tres cuadras del Camino Negro (ahora devenido autopista) y unas diez cuadras del Puente de la Noria, en un barrio muy pobre y con olor a goma quemada. Se llega por una calle poseada, luego de pasar dos esquinas con lagunas. Sin cerco, en los fondos hay un caballo y dos chanchos blancos. En el taller había unas 150 personas; más o menos quince profesores, unos diez dirigentes sociales y el resto, alumnos; muy participativos.
El taller terminó a las ocho y media, en un aula enorme y helada. Con mate cocido y tortas fritas para todos. Cuando me iba, mucha gente se acercó a saludarme. Hasta que se me puso delante un pibe de unos 25 años, muy morocho, con mochila negra y ojos vivaces. “Soy delegado, alumno de 4º año de Ciencias Sociales (el profesorado del Instituto)”. Me dio la mano y me la apretó hasta que terminó de hablar: unos cuantos minutos. Me dijo que le había gustado mucho el taller, “es un placer que nos hayas visitado”. Cada cosa que me iba diciendo (sentía su mano apretando la mía) me iba emocionando. Y al final, yo ya con los ojos con lágrimas, me dice: “Yo soy nacido en este barrio. Quiero agradecerte que hayas venido a mi barrio, y espero que vengas cuando quieras. Y cuando vengas, ya sabés, acá tenés un amigo”.
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