De angustias, cálculos y libertades
“Sentirse jaqueado por un vendaval de las emociones,
es el último estertor de un ciudadano básicamente inservible.
Tanto raciocinio nos matará.
La libertad, en todo caso,
es una cospiración contra las buenas costumbres”
es el último estertor de un ciudadano básicamente inservible.
Tanto raciocinio nos matará.
La libertad, en todo caso,
es una cospiración contra las buenas costumbres”
(Kevin M., Revista Cocú Nº 8)
Hoy, luego de terminar un libro muy llevadero de historias de hombres de nuestra historia escrito por un periodista-historiador (Espadas y corazones, de Daniel Balmaceda), comencé a leer con fruición un libro de cuentos de Julio Cortázar. Leí, por segunda vez, “La autopista del sur”.
Cortázar me atrae, pero suelo escaparle, porque me moviliza mucho. Hay algo en él que logra captar lo angustiante de la vida. Un tiempo repudiado que termina haciéndose cotidiano y, en su devenir, revelando el amor; y ese tiempo, sin comprenderse del todo el por qué, se escurre en un instante y parece desvanecerse para siempre; y uno “quisiera que esto dure para siempre”, pero no. Acaso la angustia más aplastante sea la que desnuda la imposibilidad de la utopía, o del deseo: presencia de una ausencia. Pero no tiene por qué ser penoso, sino sólo vital. Aunque saberlo, reconocerlo, eso sí, nos sitúa en la certeza de lo concreto, que a veces porfiadamente quiere distanciarse de la fantasía. Saber asumirlo, quizás, entonces, sea la clave para volver a vivir otro ciclo, y así toda la vida; y entre medio alegrarnos y gozar de ser felices en algún recodo del camino de la vida (que la vida siempre tiene preparado para nosotros).
A veces, Cortázar me interpela demasiado, y eso suele incomodarme, sobre todo cuando uno va logrando armarse, para su sosiego, explicaciones ordenadas y ordenadoras. Allí recordé ese escrito de mi amigo Kevin en la Revista Cocú Nº 8.
Nunca será posible vivir permanentemente las sorpresas de los primeros momentos, donde uno se maneja más por intuiciones que por saberes efectivos, logrados más tarde a lo largo del cementerio de las intuiciones. La efectividad es del mundo de la economía de las relaciones, pero dudo que se acerque a la “refrescura” necesaria de los afectos. Por eso me gusta (y también me interpela) esa primacía de las intuiciones sobre los conceptos cuya apología hace Nietzsche. La “poiesis”, la creación ligada a la percepción y la sensibilidad (incluso en el mundo de las relaciones) antes que la “techné”: esa manera que tiene el intelecto de hacernos ahogar los sentimientos en el mundo del cálculo. ¿Cómo recrear y refrescar afectos que ya han sido ubicados en esquemas explicativos, y el otro ya no nos sorprende?
Entonces, creo leer en “La autopista del sur”, la convivencia humana va tramando formas convencionales que nos reprimen, que nos obturan y que, al fin, nos dejan abandonados en zonas de la añoranza, ese sentimiento teñido de melancolía del que nos resulta muy arduo desligarnos (o soslayarlo en parte) para seguir. Y ese punto, aparentemente ligado al pasado, a lo que fue, es el punto en que se revela el futuro como utopía inalcanzable, como una suerte de repetición absurda. Y es allí donde el tiempo tiene el rostro de la angustia.
Decía Martin Heidegger algo hermoso: “la angustia abre”. Brindo por esa libertad de la “poiesis” que, acaso, por fin vencerá los cálculos y los esquemas (después de todo, hace casi 20 días yo mismo vencí el mundo de mi propio cálculo: el cálculo vesicular, jajaja).
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