Tristeza
Por una cosa u otra, desde antes del viaje a Europa no veía a Débora, aunque la hubiese pensado a cada momento en la generosa París. Pero porque tenía que llevarle hoy De los nombres del padre, de Jacques Lacan, golpeé a su puerta a la salida del trabajo. Una vez más, y no sé por qué, me vino a la mente algo que escribí para ella hace casi 5 años, y que recuerdo y no recuerdo:
"¿Para qué secreto sueño estás haciéndome evidente que sólo el amor desinstala y promete la vida, aunque sea imposible?"
Elegí ir hasta el sillón donde Débora estaba sentada durmiendo a su hijo, en ese living blanco y espacioso de la calle 1. Y me espetó:
-Estaba esperando que vinieras...- Y me ordenó luego -Sentate! Tengo que decirte dos cosas
La primera cosa no sé bien de qué se trataba, pero era algo referido a su cumpleaños, mezclado con viejos compañeros y aires de París, que enseguida olvidé. En todo caso, sólo la miré y percibí su insólita fragilidad. Y luego me dijo:
-Tengo el diagnóstico. En verdad, lo tenía antes de tu viaje, pero no quise decírtelo-. Y mientras me invadía un imparable escalofrío a la vez que una agobiante tristeza, agregó -Lo que tengo es esclerosis múltiple.
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