Como era de preverse, a esa altura (y teniendo en cuenta que soy fumador) cada tantos escalones tenía que parar porque el aire no estaba por ningún lado.
Me llamó la atención:
La formalidad de los ecuatorianos para las cosas informales (como tomar un café, por ejemplo) y la informalidad para las cosas formales ("te buscamos a las 9 en punto", me decían, y luego tenia que esperar -sin exagerar- hasta las 9.50).
Las verdulerías y fruterías: la variedad, colorido y, luego, el sabor de las frutas y verduras es incomparable con nada que haya conocido.
Las rosas que ví en Quito no las he visto en ninguna parte: por su aroma, su tamaño y su color.
Una vez más, volver a La Plata fue darme cuenta de esta ciudad casi abandonada: sucia, con veredas rotas, a veces oscura. Quito, en cambio, es limpia, las casas pintadas de colores, en el centro colonial es esa la mayor hermosura, así como la conservación de los edificios... una ciudad luminosa, que supo alvergar en épocas de la dictadura a dos grandes argentinos (filósofos ambos): Agoglia y Arturo Roig.
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