El viento que trajo la memoria: una imagen Calchaquí
La entrada del avión, entre el Ancasti y el Ambato, es difícil de describir; una bajada repentina desde arriba de los cerros y el pasaje por el valle arenoso pero claro. Al fin, Catamarca, otra vez (otra tierra querida).
Viajar por Catamarca es sumergirse en un sinnúmero de historias, todas presentes como presión de energías desconocidas y figuras que sólo puede nombrar el idioma kakán, lengua de los diaguitas.
Andar por el antiguo Valle Viejo -con sus callecitas serpenteantes y soleadas, las ramas de los árboles que llegan a acariciar las cabezas, el aire más fresco y colorido por los lapachos- es también remontarse con sigilo hasta un magma de pasos, voces indómitas y leyendas.
Cuentan que la segunda ciudad de Argentina fue Londres del Quimivil, fundada en 1558 a unas 3 o 4 leguas de lo que hoy es Belén. Londres fue construida sobre Quimivil, un centro civil calchaquí, lejos del pucará del Aconquija. Londres fue la capital de Catamarca hasta el Gran Levantamiento Calchaquí (veinte años después de la fundación). Pese al sometimiento imperialista de los Incas, los calchaquíes (y sus distintas etnias: los lules, los quilmes, los capayanes, los sigüiles) eran conocidos como los más aguerridos, los que desplegaron mayor resistencia en el noroeste. Dicen que los hombres diguitas eran muy altos, los más hermosos. Y las mujeres tomaron acaso como imagen la de Cigali, esa princesa llamada "hermosa flor".
Luego del Gran Levantamiento Calchaquí la capital fue trasladada a Valle Viejo, cerca de San Fernando del Valle de Catamarca, pero un poco más alta y más fresca que ese pozo cálido y enceguecedor. Allí nomás, cerquita, yendo para el paraje llamado El Rodeo, está Niquixao, "zona cubierta de nubes", donde se asentó la ciudad perdida de la quebrada.
Quizás de allí empezó a crecer el viento. Toda la tarde fue muy calurosa. Trabajé sumido en una calma obligada, como preanuncio de un nuevo temblor. Pero con la luna se fue haciendo valer el viento, y con el viento esa tierra amarillenta que vuela por todas partes y se arremolina. ¿Fuerza calchaquí?, me pregunté.
De repente, ya entrada la noche, entreabrí la ventana del hotel y se me llenaron los ojos de tierra. Temí por mi viaje del día siguiente, en avión. Me froté los ojos y alcancé a entreabrirlos. Sin quererlo, me invadió las retinas una imagen dulce, de una mujer hermosa, clara, decisiva. De cuerpo cimbreante, supe que le gustaba el verano y la música. Escuché el melancólico sonido de la quena. Y hasta creí escuchar las palabras de El Sabio, el que comprende lo que se viene. El Sabio que repetía: "a los diaguitas nos van a podar la memoria", y que pretendía preparar a la bella princesa para los duros tiempos que vienen.
Sin darme cuenta, había visto a la princesa Cigali. Y era tal como la imaginaba, tan llena de memoria. Y me dormí tranquilamente.
La mañana estaba tranquila, y el sol generoso y fresco. Me iba con una nueva memoria. La memoria de una historia que también es mía y que me arrebató en este viaje.