sábado, octubre 30, 2004

El viento que trajo la memoria: una imagen Calchaquí

La entrada del avión, entre el Ancasti y el Ambato, es difícil de describir; una bajada repentina desde arriba de los cerros y el pasaje por el valle arenoso pero claro. Al fin, Catamarca, otra vez (otra tierra querida).
Viajar por Catamarca es sumergirse en un sinnúmero de historias, todas presentes como presión de energías desconocidas y figuras que sólo puede nombrar el idioma kakán, lengua de los diaguitas.
Andar por el antiguo Valle Viejo -con sus callecitas serpenteantes y soleadas, las ramas de los árboles que llegan a acariciar las cabezas, el aire más fresco y colorido por los lapachos- es también remontarse con sigilo hasta un magma de pasos, voces indómitas y leyendas.
Cuentan que la segunda ciudad de Argentina fue Londres del Quimivil, fundada en 1558 a unas 3 o 4 leguas de lo que hoy es Belén. Londres fue construida sobre Quimivil, un centro civil calchaquí, lejos del pucará del Aconquija. Londres fue la capital de Catamarca hasta el Gran Levantamiento Calchaquí (veinte años después de la fundación). Pese al sometimiento imperialista de los Incas, los calchaquíes (y sus distintas etnias: los lules, los quilmes, los capayanes, los sigüiles) eran conocidos como los más aguerridos, los que desplegaron mayor resistencia en el noroeste. Dicen que los hombres diguitas eran muy altos, los más hermosos. Y las mujeres tomaron acaso como imagen la de Cigali, esa princesa llamada "hermosa flor".
Luego del Gran Levantamiento Calchaquí la capital fue trasladada a Valle Viejo, cerca de San Fernando del Valle de Catamarca, pero un poco más alta y más fresca que ese pozo cálido y enceguecedor. Allí nomás, cerquita, yendo para el paraje llamado El Rodeo, está Niquixao, "zona cubierta de nubes", donde se asentó la ciudad perdida de la quebrada.
Quizás de allí empezó a crecer el viento. Toda la tarde fue muy calurosa. Trabajé sumido en una calma obligada, como preanuncio de un nuevo temblor. Pero con la luna se fue haciendo valer el viento, y con el viento esa tierra amarillenta que vuela por todas partes y se arremolina. ¿Fuerza calchaquí?, me pregunté.
De repente, ya entrada la noche, entreabrí la ventana del hotel y se me llenaron los ojos de tierra. Temí por mi viaje del día siguiente, en avión. Me froté los ojos y alcancé a entreabrirlos. Sin quererlo, me invadió las retinas una imagen dulce, de una mujer hermosa, clara, decisiva. De cuerpo cimbreante, supe que le gustaba el verano y la música. Escuché el melancólico sonido de la quena. Y hasta creí escuchar las palabras de El Sabio, el que comprende lo que se viene. El Sabio que repetía: "a los diaguitas nos van a podar la memoria", y que pretendía preparar a la bella princesa para los duros tiempos que vienen.
Sin darme cuenta, había visto a la princesa Cigali. Y era tal como la imaginaba, tan llena de memoria. Y me dormí tranquilamente.
La mañana estaba tranquila, y el sol generoso y fresco. Me iba con una nueva memoria. La memoria de una historia que también es mía y que me arrebató en este viaje.

miércoles, octubre 27, 2004

La energía del agua

"Esa energía de vida que hay en el agua que corre,
que nunca se estanca"
Cecilia

Cuentan que el conquistador que recorrió (con la arrogancia violenta de quien "descubre") las tierras de los guaraníes, se preguntaba desde muchos kilómetros de distancia qué sería ese tronar constante...
Quise poner una foto de las cataratas... no entiendo cómo. Quisiera comunicar ese imposible, aún con una foto. La grandeza infinita. La naturaleza en su esplendoroso poder. ¿Dios, quizás? ¿Dios en la "garganta del diablo"? Un trueno que nunca termina, generoso. Un fluir del agua: energía de la vida en plenitud. Millones de gotas hechas bruma, y en medio de ella multitudes de pájaros felices, negros, saltarines, jugando. Las lenguas velocísimas de agua por momentos rojiza y por otros amarronada. Las crestas blanquecinas que contornean la selva, que deviene insignificante. Una música ignota; un agitar de voces que acallan la voz, o la hacen estremecerse en el grito, de puro asombro. Una confluencia de voces naturales.
Nunca tuve interés por las cataratas, hasta que pasé a su lado, pidiendo permiso ante semejante grandeza. Una seducción que nunca acaba comienza desde ese momento. Nunca en mi vida ví algo tan enorme y poderoso. Jamás ví el rostro semejante de una naturaleza inconquistada, al menos mientras que luchemos... Las cataratas del Yguazú, acaso, son el resumen de una memoria, de miles de miradas y tactos y oidos y voces y gritos, que con el tiempo siguen clamando esa libertad indómita de América. Seducción de la barbarie americana.
El regalo de Yguazú, de la tierra guaraní, la mágica tierra colorada, de las miradas y los gestos de amigos, de esa fuerza, sea quizás lo que aún me sigue estremeciendo al evocar este viaje, el último, el primero.

sábado, octubre 16, 2004

Viajes, extravíos, sorpresas...

De nuestros miedos nacen nuestros corajes, y en nuestras dudas viven nuestras certezas.
Los sueños anuncian otra realidad posible y los delirios otra razón.
En los extravíos nos esperan los hallazgos porque es preciso perderse para volver a encontrarse.
Al fin de cuentas hacemos lo que hacemos para cambiar lo que somos
Eduardo Galeano
Creo que sé por qué inicio con este epígrafe. Mañana salgo de viaje, otra vez, a Puerto Rico. Y cada viaje parece una vida completa. Dos veces en el día de hoy me han dicho que parezco más joven; un poco me halaga, y otro poco me hace sentir eso de que hacemos lo que hacemos para cambiar lo que somos. Cuántos cambios podrán vivirse en un viaje?
A veces pienso que cambio a cada rato, y otras, que me son insuficientes los extravíos. Y como viajo mucho, los cambios parecen montarse unos sobre otros, y por momentos me pierdo.
Así como se me perdió Núcleo, antes de este viaje. Ya me era familiar; lo sabía manejar muy bien, con toda confianza. Sabía en qué momentos tenía que alimentarlo, en qué momentos dejarlo descansar, en qué momentos él me ayudaba a comunicarme con gente querida, y me obligaba a descartar otras. Núcleo murió. Ahora me acompaña otro, de color plateado, no ya negro, a quien no entiendo todavía. Por momentos no me avisa, o no me hace comunicar con absolutamente nadie. Ya se verá. Le pedí a una amiga, que le puso el nombre a Núcleo, que me lo bautice: todavía no tiene nombre. Tal vez como cualquier viaje, no tiene nombre todavía. Y conviene no cargarlo demasiado de expectativas, aunque uno secretamente sepa que es preciso perderse para volver a encontrarse.

martes, octubre 12, 2004

Acá estamos...

... iniciando esta forma disipativa de comunicarnos. Es bastante para un aprendiz. Pero lo intento por la linda insistencia de una amiga.
Siempre es tiempo, fumando el humo mientras todo pasa.




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