-Vos, ¿sos o te hacés?
Ni mi padre ni mi madre impusieron su “ley” a los golpes. Quizás eso alentó que mi hermano y yo frecuentemente, y sin demasiado dejo de temor, nos saliéramos de la “ley”. Cuando eso ocurría, mi madre fruncía el seño, subía el volumen de su voz y con una resolución enfática me decía:
-Vos, ¿sos o te hacés?
El efecto en mí no era que pensara en lo que había hecho, si estaba mal o bien, si demostraba una actitud de tonto, por así decirlo, o no, si perjudicaba o no a alguien. Me quedaba pensando, muchas veces reconcentrado, tratando de escudriñar si este que parecía ser, era realmente yo o no, si me hacía el que era, si hacerse era ser, e infinitas meditaciones más que con el tiempo se hicieron carne en mí.
-Vos, ¿sos o te hacés?
Esa pregunta generó en mi interior una inquietud persistente, que a veces adquirió las aristas de una perturbación. Una vocación difícil de soslayar en mí. Con el tiempo, decidí estudiar Filosofía. Acaso sin saberlo, buscaba la respuesta a esa pregunta. Y quizás esa fue la impresión más grande de una “ley” que, para mí, siempre podía haber sido desafiada.