[El diálogo con Beatriz, la hermana que no tuve, el viernes hasta las 3 de la mañana fue cuestionador; aunque creo que acordamos. Beatriz dice desde las entrañas; desde su desaparición y su cambio de identidad que le ha hecho olvidar nombres y lugares, pero no convicciones. Dice desde la lucha y el desencanto, pero dice también desde la serena esperanza.]
Durante un tiempo, Bea, tuve miedo que las preguntas sólo surgieran desde el escritorio de la Universidad. Y mi escritorio, vos lo sabés, está un poco arruinado; frecuentemente me incomoda. Pero siento que voy por un camino más seguro, y que las preguntas vienen de otro lado: del país que se vive y se sufre, de experiencias con comunicadores y educadores populares, de vivencias con compañeros de organizaciones y espacios juveniles, de mi militancia (siempre autocuestionada) en los seminarios de formación teológica, del trabajo en el Estado: antes en salud y ahora de lleno en educación.
Tus reflexiones que sonaron de límite me ayudaron a plantearme preguntas, o a expresar de modos nuevos interrogantes que me venía haciendo. Vos sabés, Beatriz, que las marcas en la vida son indelebles. En mi historia tiene huellas viejas esa pregunta. A los veinte años pensaba en disyuntiva: una cosa es la liberación y otra lo popular. Pero las fronteras se hicieron más tenues, porosas; ¿qué hacer con los mapuches?, ¿identidad cultural o progreso social? Una pregunta difícil que ellos parecía que respondían de antemano.
Tal vez era muy joven cuando me tocó ser coordinador del seminario juvenil de derechos humanos (del servicio paz y justicia), creo que en el 80 u 81. ¿23 años? No recuerdo, Bea. Petilú recién salida de Devoto; Amalia, liberada, que no se animaba a visitar al Chicato en la unidad 9; y yo la acompañaba, la acompañaba y casi la sostenía, y el miedo se le hacía espanto: la ruta 22 y la 3 eran como callejones repletos de amenazas para ella. Con ellas y algunos otros estudiamos a Hernández Arregui y a Jauretche. Ya había leído a Paulo Freire y la teología de la liberación, mezclados con la historia de Abelardo Ramos. Un poquito más adelante empezamos a ser hermanos; es hermoso elegir que alguien sea tu hermana, ¿no, Beatriz?
Con el tiempo, recorrí las reflexiones de García Canclini, Barbero (mi amigo Jesús) y Renato Ortiz. Al principio me parecieron despolitizadas. Aún tengo dudas. No tanto por el recorrido de conceptos y hechos, sino dudas que provienen de las prácticas.
Estos días me acordaba del ensayo de Mario Testa, ¿te acordás? “APS: ¿Atención Primaria o Atención Primitiva de la Salud?”. Y lo recordaba por la charla con vos, pero también por las conversaciones (a veces no tan abiertas) en el despacho de la ministra o del jefe de gabinete y por algunas diferencias en el seminario de formación teológica. Allí se renuevan las preguntas. ¿Qué es “popular”?
Beatriz: hace dos o tres años, ante unas mil doscientas personas, militantes de base o gente de barrio nomás, como devolución de una semana de trabajo en Córdoba, dije estas reflexiones:
«El esfuerzo por pensar otro país no es solamente el esfuerzo por pensar cosas ideales, sino que es el esfuerzo por pensar procesos de construcción posibles (…) Esto es, en definitiva, un campo de disputa política; y en un campo como ese no sólo se gana con buena voluntad, sino también con organización y con formación. (…)
«¿Estamos disputando la hegemonía con nuestra prácticas? ¿Qué significa “meterse en lo político”? Ustedes han hablado en la semana de “construir poder popular”. ¿Qué significa para nosotros construir poder popular? Y acá veíamos que tenemos dos alternativas: o construir poder popular es quedarnos por fuera de las organizaciones del Estado (y entonces es como construir un contra-poder), o construir poder popular es debatir, luchar, pelear, formarnos y organizarnos para construir el espacio público, fundamentalmente a través del diseño y del desarrollo de políticas de Estado. (…)
«Veíamos que en los ámbitos (del seminario de formación teológica 2004) la dimensión de lo político estaba ausente. Veíamos como un riesgo de pensar que la construcción se hace solamente desde la voluntad de los participantes. Y la construcción de poder popular no sólo debe contar con la voluntad de trabajo, sino con el diseño serio, formado e informado, de políticas capaces de disputar lo que queda del modelo neoliberal, que tiene que ver con políticas de neovoluntarismo y neoclientelismo, que son los juegos más fuertes para la continuidad del neolibealismo. Pienso, por ejemplo, en lo que ustedes decían sobre salud, que ante un problema hay que recurrir a la comunidad y su participación. Pero también es fundamental empezar a ver cómo funcionan las políticas de salud, cuáles son los modelos hegemónicos en salud, cómo reconstruir la salud pública, con qué profesionales, con qué y contra quién vamos a pelear para diseñar políticas públicas de salud que sirvan a otro país y a los intereses de los pobres. Por ejemplo pieso en Cuba, que cuando hace la revolución no diseña un sistema de salud primitivo, diseña uno de alto nivel. Lo primitivo hubiese sido un retorno a la derecha, que termina sometiendo al pueblo, engañándolo. (…)
«La formación política creo que en este sentido es clave, y no es sólo una formación ideológica; es una formación técnica y profesional de alto nivel que nos permita diseñar esos caminos posibles para construir otro país»
El mes de noviembre del año pasado discutimos el lema del seminario de formación teológica: “Desde los pobres, ciudadanía plena y vida en abundancia”. ¿Por qué “ciudadanía” y no “pueblo”? ¿No hay en América Latina un crecimiento nuevo de lo popular, más allá de los conceptos estelares de las agencias de cooperación y los organismos de financiamiento? Entonces escribí un mail a mis compañeros:
«En cuanto al documento “fundamental” (del seminario de formación teológica Viedma 2007) tengo algunas discrepancias, ya lo saben.
«Un primer alerta: me preocuparía que interpelemos a los pobres en cuanto “pobres”. La pobreza es fruto de la injusticia y la desigualdad. Por lo tanto, la interpelación debe ser a pelear, cuestionar y salir del lugar de pobres. Interpelar al pobre en cuanto “pobre”, creo, es una especie de perversión burguesa que se ha extendido mucho en algunos sectores y organizaciones que se beneficiaron (política y económicamente) con su silencio.
«Creo que ya lo saben: no estoy de acuerdo con el énfasis en la ciudadanía, y con esa especie de consagración de la separación “ciudadanía-Estado” que enarbolan ciertos pensamientos. Creo, por un lado, que así como sostenemos que tenemos que construir el Reino, es un desafío construir el Estado (incluso, el gobierno del Estado). Las estrategias y la construcción imaginaria de la “sociedad civil”, a mi juicio, ha sido en cierto sentido cómplice (al menos en la etapa neoliberal) de la destrucción y deslegitimación del Estado; lo que aún tiene sus secuelas imaginarias y materiales. Descreo de tantas organizaciones (ONG's) que han hecho un verdadero negocio de la crisis del Estado, de su supuesta anarquía y del crecimiento de la sociedad civil y la ciudadanía. Han contribuido en mucho a generar y reforzar la vacancia del Estado en los asuntos sociales y de la vida, generando un novedoso mercado.
«Por otro lado, creo que posee un significado mucho más generalizado la idea de lo “popular”. Si bien lo “popular” muchas veces tiene una sonoridad romántica, me cuesta entender cómo desligarnos de cierto carácter iluminista de la idea de “ciudadania” (pienso si ciudadanía no termina siendo una forma de restringir lo popular a su lectura iluminista). Si me permiten, “ciudadanía” es un significante demasiado flotante, al que hay que explicar mucho para comprender cuál es el sustento ideológico de su utilización. El significante “popular”, en cambio, tiene su propia historia en nuestra tierra y en América Latina. Y, además, es residual: producido en el pasado, posee una significación en el movimiento político del presente; una significación creciente y emergente en movimientos como el chavismo, por ejemplo. Un significante más arraigado en el sentido común como anudado a ciertos sustratos históricos y políticos de nuestras culturas. Por todo eso es más interpelador. Finalmente, lo “popular” permite pensar la construcción del Estado, sin contraponerse o presentarse como par complementario del Estado. Creo que anima mucho más a emprender un camino de construcción de un Estado “popular”, donde el sujeto sea el pueblo organizado y no las organizaciones de la sociedad civil que lo median.
«Este posicionamiento, a mi juicio, nos permite no sólo ser concretos en el momento de la denuncia profética, a veces siendo bastante abstractos en el anuncio del Reino. Nos permite imaginar, discutir y construir (de manera seria y responsable) alternativas de políticas estatales y públicas, en lo educativo, en la salud, políticas juveniles, productivas, etc. Y esto es también un desafío que, siento, nos debemos en el Seminario de Formación Teológica. Lo que supone estudiar mucho más a fondo los diferentes temas y problemas sectoriales y regionales».
Los otros días me cuentan que proyectan tirarnos la educación artística de nivel superior a nuestra dirección (lo que implica desmantelar la dirección de educación artística). Por la nueva Ley de Educación, ¿viste? Hay cuatro niveles: inicial, primario, secundario y superior, y las demás son modalidades de cada nivel. Yo les digo que conceptualmente es erróneo y políticamente inoportuno. Pero la intención velada pareciera doble: hay que controlar el elitismo creciente de la educación artística y hay que “disciplinar” (por decir una palabra) la corporación (tachada de troska) de la educación artística. Es cierto que los conservatorios son corporaciones elitistas, por ejemplo. ¿Pero se trata de desmantelar? ¿Se trata sólo de contrarrestar con escuelas de arte popular (un arte no elitista)? ¿O se trata de crear escuelas populares de arte (“todo” el arte para los sectores populares)? ¿Debe, a esta altura, relegarse a los sectores populares a una educación artística de segunda y sólo ligada a ese supuesto arte popular tantas veces formateado por el mercado? ¿Qué es “popular”?
El jueves me invitó Jorge Ceballos (líder de Barrios de Pie y uno de los referentes de Libres del Sur) a formar parte del Consejo Asesor de la Subsecretaría de Organización y Capacitación Popular del ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Un halago, o un reconocimiento. Pero, ¿qué hacemos con Barrios de Pie, el Movimiento Evita o el Transversal, por ejemplo? ¿Esa es la salida política “popular” para el Estado? ¿Esa es la única forma de lo popular en el sector público? En ese momento estaban algunos compañeros del ministerio. Les comenté (para ser orgánico; despojado de toda ironía hipócrita). Por lo bajo Vero, mi “jefa”, me había contado lo que unos días antes dijo en La Habana el ministro de educación venezolano, un físico dedicado a la educación. La gente lo asediaba: “¿Qué van a hacer con tantos maestros y profesores burgueses, que no están comprometidos con la revolución bolivariana?”. Hizo una pausa, acaso larga, y respondió: “¿Y qué quieren que hagamos? ¿Que los echemos? No podemos continuar la revolución si vaciamos la educación. Por ahora, esos son los educadores que tenemos”. Les conté del espacio de experiencia social que proyectamos en la formación de maestros, en organizaciones sociocomunitarios. Mary se adelanta, a veces a los codazos. Propone que hagamos un convenio para hacer pasantías de los estudiantes en la comunidad: tropas de alumnos de Polimodal y Superior regenteados por las organizaciones sociales, especialmente el Movimiento Evita. Como las madres cuidadoras, igualadas a las maestras formadas en tres años, consagradas como educadoras por la Ley Segarra. ¿Por qué a los pobres hay que darles poca calidad en lugar de fortalecer los espacios formativos y entonces ofrecer mejores profesionales? Es lo que vos me contabas, Beatriz; estudiantes de secundaria en salud haciendo de enfermeros en los barrios: vacunando, atendiendo… ¿Por qué no apostar a más y mejores enfermeros profesionales, como quería Floreal Ferrara, o antes Carrillo o Bocalandro? Incluso reivindicando la experiencia de los enfermeros empíricos… ¿te acordás del CEBAS (bachillerato para trabajadores de salud)? ¿Qué es “popular”?
Salud comunitaria es mayor participación de la comunidad en promoción de la salud, o en cambio es mejores servicios y profesionales de salud para todos. Es cierto que una cosa no quita la otra. Pero ATE, Ferrara o Menéndez nos enseñaron que uno de los rasgos del modelo hegemónico en salud es la responsabilización individual o microsocial por los problemas de salud. ¿Y el Estado? ¿Dónde está su papel de garante? ¿O son nuevas formas de gerenciamiento, ahora de (y a través de) organizaciones comunitarias o sociales que tienen que responsabilizarse de algo que el Estado no alienta suficientemente?
Es cierto: estamos todavía en una fuerte crisis. Pero el proyecto popular no puede apostar a lo primitivo. Las compensaciones de las madres cuidadoras o de los estudiantes de magisterio no pueden reemplazar el derecho social a una educación pública y gratuita. La educación es una herramienta clave para la dignificación de los sectores populares; no una estrategia de contención (o de sublimación de sus reclamos). ¿Por qué relegar a los pobres a tener cosas para pobres? La interpelación a los pobres no debe ser interpelación a la pobreza; eso sería perversamente “popular”. Lo popular no puede ser el regreso a un pasado mítico que algunos ven como algo incorruptible. Pero tampoco lo popular es la creación de nuevos regimientos de un proyecto supuestamente popular. ¿Qué es “popular”?
En esta pregunta y en este debate, querida Beatriz, intuyo que es posible hacer evidente la diferencia entre la acumulación de la política que conocemos y el horizonte de dignificación, democratización, justicia y liberación de todos. Por eso me gustaría continuar contigo y otras y otros este debate más sistemáticamente; no como un mero ejercicio de ideas y reflexiones, sino por la provocación que día a día nos hacen las prácticas en el Estado o en las organizaciones populares.